Enlaces a documentos sobre la destrucción del sujeto, y por tanto de los movimientos sociales, en el posmarxismo de Mouffee y Laclau y en el transgenerismo o teoría queer y también sobre el sujeto revolucionario, que también ha sido destruido por la vertiente política de la filosofía posmoderna
A) MATERIALES PARA EL ESTUDIO DEL SUJETO (EN CONSTRUCCIÓN
Estos documentos son para escuchar y leer, para permitir adquirir herramientas intelectuales, pero son insuficientes por sí solos. Es necesario continuar la búsqueda o bien construir esas herramientas.
Materiales básicos (poner más adelante enlaces)
Curso de lectura de fenomenología del espíritu (CPS)
Marxismo hegeliano (CPS)
Historia de las Teorías Feministas (Celia Amorós, Ana de Miguel)
Razón Feminista (Lidia Falcón)
Materiales en el contexto posmarxismo / posfeminismo
https://www.youtube.com/playlist?list=PLOW3nuuR0leuMyNwVqsgQJT27gq-brf68
https://www.youtube.com/watch?v=ueRJxBXPGBI
https://jacobinlat.com/2023/07/laclau-mouffe-y-la-estrategia-politica/
https://es.wikipedia.org/wiki/Metaf%C3%ADsica_de_la_presencia
https://cdsa.aacademica.org/000-036/389.pdf
El sujeto político del feminismo deben ser las mujeres
El lado oscuro: trans contra radfem
El lado oscuro:la mujer como práctica sociohistórica
Más lado oscuro: Judith Butler
Deconstruir el sujeto político mujer es patriarcal
Sociología marxista:
Cita de Marx
En la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas transformaciones hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en un a palabra las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de transformación por su conciencia, sino que , por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque, mirando mejor, se encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización. A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de progreso en la formación económica de la sociedad el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la sociedad humana.
B) REFLEXIONES SOBRE EL SUJETO REVOLUCIONARIO
Intento remarcar el contraste entre, por una parte, la reflexión más o menos convencional desde las ciencias sociales, incluso por personas con formación marxista que incluyen la tradición marxista entre sus reflexiones, para enriquecerlas, y por otra parte, el marxismo hegeliano del profesor Carlos Pérez, para poder comparar dónde nos lleva cada uno. Sería motivo de debate extraer consecuencias.
I.- Primero las visiones más o menos convencionales del sujeto revolucionario
1) Sujeto revolucionario desde la comunidad
Sujeto revolucionario desde la comunidad y sus transformaciones sociales
Conclusiones
Volver al análisis y discusión del sujeto revolucionario en nuestros días, se hace cada vez más relevante. Las degradadas condiciones sociales económicas y ecológicas demandan esta consigna. En este trabajo se abordaron elementos importantes en cuanto a su conceptualización convencional desde el marco teórico marxista y la conclusión es que no alcanza este marco analítico para poder identificar a los actores sociales del siglo XXI que emprenderían el proceso revolucionario; y como consecuencia, se hace necesaria la revisión y planteamientos desde otros campos teóricos que coloquen al sujeto revolucionario en otras dimensiones y contextos desde su definición, acción y formas de transformación de la sociedad.
Para este fin nos situamos desde la Economía Ecológica, donde la propuesta del sujeto revolucionario parte del contexto de las sociedades post-capitalistas, que son formas de organización social (comunidades indígenas y campesinas principalmente) que han trascendido la relación capitalista: decisión colectiva y política de no participar de la lógica del capital; esto no implica que no exista relación con el sistema dominante. Esto es, fueron víctimas del sistema (inserción y/o exclusión) y decidieron reconstruir sus dinámicas y estructuras sociales a partir de la recuperación de su cultura, identidad y saberes, vinculándolos con conocimientos científicos, políticos, económicos y ecológicos de los contextos que cohabitan (noción de r-existencia); con la finalidad de crearse espacios donde puedan ejercer su autonomía, principalmente determinada por el poder de controlar sus territorios y la gestionar sus recursos naturales.
En este marco es donde aparece el sujeto revolucionario, como un actor con forma colectiva que nace y se desarrolla en la comunidad; donde elementos como la solidaridad, equidad, reciprocidad y la justicia social y ambiental, permean su cosmovisión y su acción colectiva. Cabe destacar que el sujeto revolucionario que proviene de comunidades indígenas y/o campesinas no es un ser primitivo, sino que se trata de seres racionales eminentemente sociales; conocen y han interactuado con los sistemas dominantes por siglos, pero han decidido de manera colectiva generar y regenerar formas de relacionarse con la naturaleza y con sus congéneres humanos para lograr mejores calidades de vida que las que han tenido a lo largo de estos siglos.
Asimismo, el sujeto revolucionario desde la comunidad se concibe por la capacidad de gestionar los excedentes; es decir, formas a través de las cuales se decide la distribución social del excedente y se dirige para el beneficio de la comunidad, en términos individuales, colectivos y ecológicos. La medida en la cual se puede controlar el excedente depende en gran parte del control (poder) del territorio (de los medios de producción) ya que se puede decidir cuánta producción se realiza y bajo qué formas, donde la producción conlleva el profundo cuidado del entorno natural. Entonces, conforme se adquieran los mecanismos para controlar y gestionar el territorio (formas legales, políticas, sociales, económicas y ecológicas), se podrá potenciar la gestión social del excedente.
Es así que, dentro de la visión del sujeto revolucionario, el desarrollo de las fuerzas productivas tiene como eje la estructura política de la organización comunal, ya que a través de la asamblea general y de forma consensuada se toman las decisiones sobre la manera de organizar su producción e invertir sus excedentes. La movilización del excedente a partir de esta vía potencia su uso, convirtiéndolo en un eje de transformación social a nivel comunitario.
El sujeto revolucionario definido a partir de la comunidad, por tanto, es un actor social que se está construyendo y reconstruyendo, transformando sus realidades o creándolas, vive soñando con el futuro, con los pies firmes, mirando el pasado y encontrando en él las bases de una relación más equilibrada con su entorno natural, y aprendiendo del presente para forjar el camino hacia otras sociedades. En síntesis, las expresiones revolucionarias son varias y conllevan diversos procesos de acuerdo a sus contextos, pero lo más importante es que se gesta la construcción de otras realidades que transitan bajo la consigna de que “otros mundos son posibles”
2) El sujeto revolucionario y el trabajo vivo. Marx, Menchú, Payeras
En un trabajo germinal, el filósofo estadounidense, Cornel West, trazó la genealogía del sujeto hegemónico de la modernidad, enfatizando solo el elemento discursivo porque éste había sido dejado por fuera de muchos otros análisis sobre el racismo blanco: La confluencia de tres prácticas discursivas vierten en una modernidad donde predomina la ideología de supremacía blanca: El vuelco hacia el sujeto como fundamento epistemológico en la filosofía, el renacimiento en la Europa inmediatamente pre-moderna de la estética y óptica greco-romana antigua, y la objetivación de la naturaleza biológica humana como cosa observable de acuerdo a la observación y la evidencia visual en la nueva ciencia. Esta confluencia y no sus vertientes aisladas constituyeron el armazón discursivo de la ideología de supremacía blanca utilizada para justificar el colonialismo, el imperialismo y el clasismo mismo dentro de la Europa occidental.
Sujeto revolucionario y trabajo vivo
3) Esto es un libro de 300 páginas Sujeto Capital - Sujeto Revolucionario
4) ¿Dónde está el sujeto revolucionario? La idea
Producto de las revoluciones acontecidas en Rusia, China, Vietnam, Cuba, entre otros múltiples casos, hicieron que la representación de este hecho social en imaginarios burgueses fuera destructiva; el rojo sangre se confundió con el rojo comunista aniquilador. Hoy el panorama ha cambiado con creces.
En el siglo pasado, cualquier proceso que se autodenominara revolucionario fue tachado comunista y por ende desacreditado por el establishment occidental. La poderosa industria cinematográfica de Hollywood conjugó en la mayoría de las películas de acción al villano con el comunismo. Uno de los ejemplos más interesantes es Red Dawn del director John Milius. Estrenada (curiosamente) en 1984 narra una invasión a Estados Unidos llevada a cabo por rusos y cubanos. A diferencia de otros filmes donde el comunismo es sólo un argumento para hacer mover la trama, en esta, la amenaza es potente y tangible.
¿Dónde está el sujeto revolucionario?
5) Sobre el sujeto revolucionario
Ponencia para el debate «El sujeto y la construcción de la alternativa», celebrado en León el sábado día 22 de Febrero de 2014, en el Ateneo Varillas.
- PRESENTACIÓN
- ORDEN VERSUS DIALÉCTICA
- MARX Y LA TEORÍA DEL CONCEPTO
- LENIN Y LA TEORÍA DEL CONCEPTO
- EL CONTENIDO Y SUS FORMAS REALES
- EL BLOQUE SOCIAL BURGUÉS
- LAS LLAMADA CLASES MEDIAS
- CLASES Y PUEBLO TRABAJADOR (I)
- CLASES Y PUEBLO TRABAJADOR (II)
- CLASES Y PUEBLO TRABAJADOR (III)
- ALGO SOBRE LA ALTERNATIVA
El texto que sigue es la ponencia presentada al debate que se anuncia en
la NOTA de arriba. Pero la parte dedicada a la alternativa se presenta
en el último apartado, y de forma muy sintética porque la elaboración de
una alternativa ha de ser obra colectiva, obra basada en la experiencia
colectiva sostenida en la acción práctica. Sería pretencioso y
contraproducente presentar una detallada alternativa sin un sostén
práctico anterior basado en una serie de debates colectivos, críticos y
autocríticos. Marx vino a decir que un avance práctico en la
emancipación humana valía más que cien programas. Es por esto que en el
Resumen se ofrecen algunos puntos esenciales de reflexión, sobre los que
debatir. Ahora bien, sí es conveniente leer la ponencia porque en ella
se desarrolla el método teórico-político que explica y da sentido a los
puntos expuestos en el último apartado.
SEGUIR LEYENDO https://rebelion.org/sobre-el-sujeto-revolucionario/
II.- Sujeto revolucionario desde el posmodernismo
https://www.portaloaca.com/articulos/anticapitalismo/la-revolucion-en-la-sociedad-posmoderna-2/
https://www.elsaltodiario.com/pensamiento/pero-que-es-la-posmodernidad
https://prensarepublicana.com/una-revolucion-posmoderna-por-mario-caponneto/
Feminista asesina a otra feminista
III.- Sujeto revolucionario para el marxismo hegeliano
2. Sujeto revolucionario y movimiento popular
Considerada
en su aspecto más práctico, el asunto fundamental de la teoría política
marxista es establecer con quién podemos contar en la perspectiva
estratégica del comunismo. De manera clásica esta tarea ha sido
desarrollada en torno a la discusión sobre el sujeto revolucionario. Mi
opinión es que tal discusión es sólo la primera parte de otra más
amplia, y más práctica: con quiénes y cómo es posible articular el
movimiento popular. El sentido político profundo de esta ampliación es
la consciencia de que las revoluciones las hacen los pueblos, como
conjunto, no sólo los directamente explotados, ni tampoco los más pobres
y oprimidos. O, también, lo que es lo mismo, la consciencia de que toda
tarea revolucionaria, para ser mínimamente viable, requiere de una
profunda y sostenida política de alianzas, incluso pluriclasistas, que
tenga a la vista siempre su horizonte estratégico.
Si se trata del
comunismo, es decir de una perspectiva cuyo sentido es la liberación y
la reapropiación del trabajo, el centro de esas alianzas no pueden ser
sino los trabajadores. Si el contenido de esa liberación es poner
completamente la producción de la riqueza material al servicio de la
realización humana, el centro no pueden ser sino los que producen
riqueza material. Si la clave de la dominación social es el control de
la división social del trabajo, el centro deben ser entonces los
productores directos que están en posición objetiva de reapropiar dicho
control.
En términos conceptuales el sujeto revolucionario debe estar
determinado en primer lugar de esta manera objetiva. La cuestión
primera no es quienes quieren hacer la revolución sino quienes pueden
hacerla. Es desde esa determinación que se puede abordar de manera útil
el problema de la subjetividad necesaria para que esos actores sociales
emprendan efectivamente la tarea histórica de la que son capaces.
193
Como
debe ser muy obvio ya, el problema es hoy muy real y muy agudo porque
ocurre que los trabajadores, justamente los que podrían dominar la
división social del trabajo, NO son los más pobres de la sociedad, y
esto, moralismos aparte, influye de manera evidente sobre su eventual
consciencia revolucionaria. Los que pueden hacer la revolución no son
los más interesados en hacerla.
La respuesta de la tradición marxista
a este dilema, que se puede rastrear hasta Lenin, ha sido un progresivo
desplazamiento del sujeto revolucionario desde los explotados hacia los
oprimidos en general, es decir, desde los trabajadores hacia los pobres
en tanto pobres. La lógica de este desplazamiento puede ser entendida
como un desplazamiento correlativo desde las condiciones objetivas de la
revolución hacia las condiciones subjetivas. Forzar desde la voluntad
revolucionaria lo que la objetividad de la realidad no muestra aun.
Por
supuesto la voluntad revolucionaria es esencial. Sin ella el horizonte
comunista, que requiere un profundo acto de consciencia para ser viable,
simplemente no es posible. Es un error, sin embargo, pensar ese
horizonte desde esa voluntad, o considerarla por sí misma como un dato
esencial de la política. Al hacerlo se confunde el modo (ejercer una
voluntad) con el contenido (liberar la DST) o, también, el medio (hacer
política) con el fin (la liberación humana). En el extremo esto conduce a
la idea romanticona de que la lucha política es, por sí misma, la
liberación, es decir de que, independientemente del resultado, ya
cumplimos nuestra tarea con el solo hecho de luchar. Una lógica que está
estrechamente asociada a las épocas de retroceso y derrota: no hemos
ganado, pero al menos luchamos.
Para salir de la lógica de la derrota
es necesario asumir que no luchamos por luchar: luchamos para ganar. Es
necesario volver a poner al centro la objetividad de nuestros fines y
los criterios pragmáticos que podrían ayudar a hacerlos reales. No
luchamos por la inercia de ser herederos, ni para dar testimonio. Lo que
nos interesa de manera concreta y objetiva es terminar con la lucha de
clases.
Pero, además, el desplazamiento de la determinación del
sujeto revolucionario desde los explotados hacia los oprimidos, y desde
sus premisas
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objetivas hacia su subjetividad, llevó a
concentrar los esfuerzos revolucionarios en la periferia capitalista, en
países con un desarrollo capitalista propio pobre, o incluso
inexistente o, dicho de manera más precisa, en países cuyo único rasgo
capitalista era sufrir las consecuencias del saqueo. En esas condiciones
los procesos revolucionarios sólo podían ser promovidos por vanguardias
ilustradas, y hoy sabemos que el devenir objetivo de esas vanguardias
fue convertirse en control y usufructo burocrático e incluso, a la
larga, simplemente en reconvertirse al capitalismo.
Es contra esta
tendencia, contra esta tradición, que sostengo que hay que volver a
pensar al sujeto revolucionario desde sus premisas objetivas y, desde
ellas, asumir la tarea, por difícil que parezca, de la conversión, a
través del trabajo político, de sus potencialidades en voluntad
revolucionaria.
Por eso es que he sostenido que el centro y esencia
del bando revolucionario deben ser los productores directos de bienes
materiales, los trabajadores que producen riqueza real a partir de los
recursos naturales, y a través de su manufactura. Junto a ellos, en el
mismo carácter, los trabajadores que ejercen los servicios inmediatos
que hacen posible los sistemas y circuitos productivos. Estos son los
trabajadores que producen plusvalía real, es decir, aquella que cuenta
como valor, y no sólo como oscilaciones de los precios. Estos son los
que, considerados de manera global e histórica, constituyen la clase
explotada en sentido directo. Todo el resto de la sociedad vive de la
riqueza que ellos producen. Ellos, en su condición de productores, son
los que deben liberarse y apropiarse de su producción. Insisto en estas
afirmaciones porque tiene una consecuencia política central: todos los
seres humanos libres deberían pertenecer a esa condición de productores
directos.
Establecido este núcleo, podemos establecer, en círculos
concéntricos, a sus aliados objetivos. Desde luego, en primer lugar,
todos los trabajadores que no producen plusvalía real (todos los
servicios no inmediatos), pero que reciben un salario que sólo equivale
al costo de producción y re-producción de su fuerza de trabajo. Es
decir, los trabajadores que son explotados en el sentido de que sus
servicios permiten ganancias locales y temporales, debidas a las
oscilaciones de los precios, pero no acumulan valor real en términos
globales e históricos.
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Distinguir a este sector de
trabajadores explotados en sentido impropio es extraordinariamente
importante debido al fenómeno, enorme y notorio, de la tercerización de
las economías industriales desarrolladas, e incluso de los países
dependientes. Como he comentado en la Primera Parte (Primera Parte,
Capítulo 4, Sección f, Críticas anticapitalistas posteriores a Marx),
bajo la hegemonía burocrática la tercerización de la economía no es sino
la creación y prolongación de trabajo inútil, idiota, enajenante,
improductivo, con el único objetivo de justificar salarios que mantengan
la estabilidad del mercado. Incluso, ciertos aspectos en esos oficios
que podrían verse como positivos, como el enorme número de profesionales
de la salud, de la educación, de la cultura, no obedecen sino a la
progresiva mercantilización de esos campos. La tercerización es una
fuerza que impide el reparto de los aumentos de la productividad entre
todos, una tendencia que no es sino el reverso del desempleo
estructural. Tercerización y desempleo estructural no son sino dos caras
correlativas de la negativa de las clases dominantes a convertir
progresivamente el aumento de la riqueza en liberación real. De su
obstinación interesada en permitir el acceso de los trabajadores a la
riqueza sólo a través del mecanismo enajenado del salario.
Como
explicaré luego, el centro de la larga marcha hacia el comunismo debe
pasar justamente por destercerizar la economía. ¡La economía!... por
supuesto, no la sociedad. Dicho de manera directa, una tarea prioritaria
en la construcción del horizonte comunista es sacar radicalmente a los
servicios de toda lógica mercantil. Elevarlos lisa y llanamente a la
condición de derechos humanos por los que nadie tenga que pagar o
cobrar.
Sólo los trabajadores, porque trabajan, pueden ser el sujeto
revolucionario. Entre ellos, como he indicado, el sentido estratégico de
la liberación de los productores de bienes materiales es distinto al de
la liberación de los productores de servicios. Y esta diferencia debe
expresarse en nuestra política.
Es a partir de este centro que
debemos pensar las políticas de alianzas necesarias, con diversos plazos
y extensiones según las diversas tareas.
Desde luego, en primer
lugar, nuestro aliado inmediato y natural son los oprimidos en general.
Los pobres y los discriminados, por sus urgencias; los
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trabajadores precarizados y pobres, por su vínculo potencial, no realizado, con el trabajo medianamente digno.
Por
supuesto hay políticas más urgentes que otras. Pero el orden de las
urgencias no tiene por qué coincidir con el orden de su importancia
estratégica, o de su carácter de clase. Considerando ambas variables, y
su contenido, no su precedencia en el tiempo, hay políticas
liberal-populistas, políticas socialistas, y políticas comunistas.
Las
primeras están centradas en los oprimidos, y la mayoría de sus
objetivos podrían lograrse simplemente integrando a los marginados, a
los pobres absolutos, al mercado de trabajo capitalista, y a niveles
mínimos de servicios y consumo.
Las segundas están centradas en los
trabajadores pobres, su objetivo es mejorar de manera sustantiva sus
condiciones de vida y la dignidad de su trabajo. Pero se trata de
objetivos que son todavía perfectamente compatibles con un sistema
capitalista en que haya un Estado fuerte e interventor, que provea los
servicios, que garantice relaciones laborales medianamente justas, y un
estilo productivo en que se reconozca la polivalencia y la participación
de los trabajadores, que siguen siendo, sin embargo, asalariados.
Sólo
se puede llamar política comunista, en cambio, a aquella que trascienda
estos niveles. A la que apunte no sólo a la superación de la pobreza
sino de la explotación, a la que apunte no sólo a la dignidad relativa
del trabajo sino a su liberación.
Estas políticas de suyo no son
excluyentes, ni tienen porqué pensarse de manera sucesiva. Es obvio que
unas, aunque puedan ser vistas como condiciones de las otras, pueden
estar incluidas en tareas sociales que las realicen a la vez. Como
explicaré luego, además, que sean reformistas o revolucionarias no es
una cuestión de alternativa, ni siquiera de sucesión. Pero sólo se puede
llamar política revolucionaria a una política comunista.
Estos
sectores (productores directos, productores de servicios explotados,
oprimidos en general), que pueden ser por sí mismos el bando
revolucionario, sólo pueden emprender esa marcha estratégica
contemplando amplias, y largas, alianzas con aquellos sectores que
aunque el análisis de clase señalaría en principio y formalmente como
partes del enemigo, están
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sin embargo en una situación de
opresión al interior de su propia clase social, lo que acerca sus
intereses de manera objetiva al bando opuesto.
Los pequeños y
medianos burgueses que promueven la manufactura; los pequeños y medianos
burgueses que viven de la renta de la tierra (en particular los
agricultores); los pequeños y medianos burócratas estatales (en
particular los científicos y académicos).
Todos estos sectores, por
su condición objetiva, pueden formar parte de un movimiento popular
pluriclasista que esté animado, en diversos grados y modos, por un
espíritu estratégico. La tarea central de la política de las muchas
izquierdas es constituirlo como tal.
En las tareas concretas, en la
lucha cotidiana, de este gran movimiento popular, los marxistas son de
hecho, y deben ser, sólo una parte, sólo una contribución, junto a
muchos otros sectores doctrinariamente de izquierda, políticamente más o
menos radicales, que no tiene por qué ser marxistas. Si nos hacemos
cargo de esta posición de integrantes y militantes de una gran izquierda
plural, compuesta de muchas izquierdas, entonces las distinciones y
prioridades que he establecido hasta aquí deben considerarse relevantes
para nosotros, para los marxistas, y no tendrían por qué ser impuestas
al conjunto del movimiento. Considerando las vanidades de los marxistas
clásicos, curiosamente proporcionales a sus grandes fracasos históricos,
estas son cosas que, obvias para todo el mundo son, sin embargo,
necesarias de explicar.
Es relevante para la política real asumir
que, en rigor, la categoría “sujeto revolucionario” es una categoría
teórica que hacemos los marxistas, en función de un horizonte
doctrinario que creemos necesario y justo. Podemos reconocer a ese
sujeto como real, podemos dirigir nuestra acción prioritaria hacia él,
pero en esencia se trata de un sujeto potencial, de un sentido esencial
que marca a nuestra práctica como una voluntad revolucionaria. Pero de
hecho, de manera empírica y directa, es el movimiento popular el único
sujeto efectivo. Respecto de su esencia, como intelectuales, hacemos una
proposición sobre lo que podría ser, eventualmente, su núcleo y fuerza
más profunda. Pero los intelectuales, como he sostenido antes, sólo
proponen: es el movimiento popular, como conjunto (no sólo el eventual
sujeto
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revolucionario) el que, de manera real y efectiva,
decide. Por supuesto, siempre queremos ir más allá de lo que su
consciencia empírica contiene y permite pero, a la vez, siempre es
riesgoso exceder de manera terminante la sabiduría popular, sensata y
realista, que lo retiene en las formas y en los métodos que a los
intelectuales, siempre al borde de la vanidad vanguardista
necesariamente tiene que parecernos demasiado lentos.
https://archivochile.com/Ideas_Autores/perez_s_c/peres_s_c00006.pdf
https://espai-marx.net/elsarbres/review/proposicion-de-un-marxismo-hegeliano-carlos-perez-soto
6.- Consecuencias políticas
Hay dos consecuencias políticas principales que se pueden seguir de una
reinvención hegeliana del marxismo. Una contra el liberalismo, en cualquiera de
sus formas. Otra contra las filosofías post modernas, en cualquiera de sus formas.
La primera es la crítica radical a la idea de naturaleza humana, sea entendida de
manera etológica, o como falta de completitud en el lenguaje. La segunda es la
crítica radical a la reducción de la política a política local, ya sea como resistencias
impugnadoras, o como construcción de hegemonías parciales.
Frente a estos conceptos lo que un marxismo hegeliano busca como fundamento de
la política es la idea de la completa responsabilidad humana, y riesgosa, sobre una
acción política colectiva, con ánimo global, que se ejerce desde una voluntad
histórica. La articulación posible entre el deseo, como momento particular, en los
individuos, y la voluntad reconocida, como momento universal, en los colectivos,
debería ser pensada como el motor de las iniciativas políticas que surgen de este
nuevo marxismo. Los productores, producidos, asociados, autónomos en su
pertenencia a una voluntad, movidos desde el deseo que la actualiza en cada uno,
son el motor, en el plano especulativo, de una revolución posible. El análisis
económico social concreto debe darse la tarea de identificar a los actores sociales
efectivos en que esta posibilidad se constituye. El criterio central es que se dé en
ellos a la vez la posibilidad de esta subjetividad y el acceso al control de los medios
más avanzados y dinámicos del trabajo. Sólo de esta coincidencia puede surgir una
revolución que sea algo más que puesta al día de la industrialización incompleta y
enajenación de la voluntad revolucionaria.
Pero es esencial también, en el plano político, ir más allá de la enajenación
tradicional del movimiento popular, que ha inscrito permanentemente sus
reivindicaciones en el horizonte de posibilidades del sistema de dominación.
Cuando la dominación clásica podía dar homogeneidad y aumento en los niveles de
consumo, el movimiento obrero pidió igualdad y consumo. Ahora que el sistema de
dominación puede producir y manipular diferencias, la oposición pide el
reconocimiento de las diferencias. Siempre, la mayor parte de la oposición se ha
limitado a pedir lo que el sistema puede dar, y no ha dado todavía. La política
revolucionaria no puede conformarse con ser el arte de lo posible, debe ser el arte
de lo imposible, debe pedir justamente lo que el sistema no puede dar.
Hoy, ante un sistema capaz de dominar en la diversidad, ante la realidad de la
interdependencia desigual, del dominio interactivo, de las diferencias enajenadas, lo
que cabe pedir es, justamente al revés, universalidad. Cabe luchar por el
reconocimiento humano global, por la constitución de una humanidad común. Los
derechos globales de los hombres no pueden ser satisfechos por la creación de
mercados sectoriales, de espacios de consumo diferencial.
De lo que se trata no es de anular las diferencias en la universalidad, como en la
mística, o de hipostasiar las diferencias, como en el extremo liberal que es el
pluralismo de la indiferencia. Se trata de producir un universal internamente
diferenciado. Reivindicaciones globales, para todos los seres humanos, que
contengan el reconocimiento de sus diferencias. Se trata, pues, de una revolución.
Se trata de volver a ser comunistas.
Reinventar el marxismo pensando en el siglo XXI, no en los traumas y las
nostalgias del siglo XX. Pensando en la necesidad de la revolución en una sociedad
globalizada, no en las componendas sindicales o académicas defensivas, que se
refugian en el rescate de lo particular sin entender que lo particular no es
contradictorio en absoluto con la nueva dominación.
Un marxismo post ilustrado y post romántico. Con horizonte comunista y voluntad
revolucionaria. Que se puede sentir y saber, pensar y actuar, argumentar y
promover, soñar y vivir. Un marxismo bello en fin, para una sensibilidad nueva, para el futuro.
Otras aportaciones
https://marxdialecticalstudies.blogspot.com/2020/03/sujeto-capital-sujeto- revolucionario.html? pref=fb&fbclid=IwY2xjawGNLkFleHRuA2FlbQIxMQABHRBZ1vIFOraSAyY4DQKy0bsV9se7IrY6ovUl3XqTGdihPpWWigYPQpHLbw_aem_v7ymiiQZr9658lA9UAvRmA
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